En busca del amor by Anne Cumming

En busca del amor by Anne Cumming

autor:Anne Cumming [Cumming, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1990-12-31T16:00:00+00:00


«Queridísima pseudohermana:

»El 14 de julio es tiempo de éxodo, todo el mundo se marcha. Yo no puedo permitirme ir a ninguna parte. ¿Por qué no vienes a pasar unos días conmigo?

»Te quiere como siempre,

Max».

Me dijo por teléfono que Burroughs había regresado a Tánger y que la mayoría de los escritores que pasaron por su hotelito también iban allí. Más adelante se les conocería como la Generación Beat.

—Mira, Max, si voy primero y alquilo un apartamento barato, ¿te reunirás allí conmigo? Este verano no tengo nada que hacer y me gustaría regresar a Tánger.

Él se resistió, gruñó, buscó evasivas y fingió que no quería ir. De todos modos, emprendí el viaje y alquilé un pisito por un mes a unos maestros de escuela franceses que se iban de permiso. Era una vivienda muy elemental, pero yo sabía cómo hacerla habitable.

Mientras esperaba la llegada de Max tropecé con un viejo amigo, Hamri, lo cual fue en cierto modo una bendición. Le había conocido durante mi primera visita a Tánger, en 1952, cuando me sorprendió la elegancia con que vestía, sorpresa a la que se añadieron los comentarios que alguien me hizo sobre sus proezas sexuales. Superviviente nato, Hamri había permanecido en Tánger después de la independencia marroquí, y seguía organizando conciertos para los Master Musicians, que estaban en Jajoutra, adonde él acompañaba a los visitantes.

Cuando volvimos a encontrarnos aquel verano, Hamri me dijo que había dejado a su esposa y su hijo y vivía con una rica dama norteamericana… pero al cabo de dos días era conmigo con quien vivía. Llamé a Max, que le conocía bien.

—Oye, Max, Hamri vive conmigo en el piso. ¿Hay algún problema?

—Por mí no hay problema alguno, pero puede llegar a haberlo para ti. Entretanto, puede resultarte muy útil. Mantenle ahí hasta que yo llegue.

Muy poco después, Hamri tomó «prestados» de sus amigos bellas alfombras tejidas a mano, cojines y cubrecamas. Los jarrones vacíos se llenaron de flores, robadas de los parques públicos y los jardines ajenos. También las plantas que adornaron la terraza eran «prestadas». Las mejores hortalizas del mercado a los precios más bajos posibles aparecieron en la cocina. Hamri también sabía cocinar. Tenía unas cualidades innegables, y una de ellas medía casi dos palmos de longitud.

La vida nómada es lo que proporciona a los árabes esa facilidad para crear un hogar en un santiamén. Pueden levantar una tienda de campaña en un minuto, enrollar la estera y las ropas de cama, dar de beber al camello y responsabilizarse por completo de las mujeres que caminan a veinte pasos detrás de ellos. Han aplicado ese sistema a la vida urbana… y también prevalece en el dormitorio. Antes de que pudiera decir In’cha Allah, yo misma quedaba desenrollada en un instante, sobre la cama, en el suelo y en el baño. El notable equipo de Hamri ascendía bajo mi falda, penetraba en mi garganta y se colaba en todos los orificios posibles duro pero tierno. Debo confesar que me gustaba bastante.

Cuando llegó Max, toda la Generación



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